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Ocurrió el pasado 13 de junio. Paulina Sada, voluntaria de la Fundación Vida, pasaba por delante del abortorio Dator, el más conocido de Madrid. De repente, vio a dos hombres vestidos de negro que salían por la puerta lateral del centro llevando un féretro de adulto, que depositaron en un furgón.

Se percató de que la caja pesaba y supo que era una mujer fallecida en el interior de Dátor, que habría acudido a abortar, desmontándose así el mantra de que el aborto favorece la salud de la mujer.

Impresionada por lo que vio y experimentó en ese momento, Paulina ha querido dejar por escrito esta reflexión:

Caminas por las calles que andas mil veces, tranquila pese a esa permanente sensación de prisa de la que nos hemos hecho presos. Pasas, otra vez, por esa maldita esquina en la que siempre lanzas una súplica (bueno… casi siempre) por tantos bebés, por tantas madres,… y, de pronto, todo se para en lo sustancial cuando tus ojos se quedan fijos en un furgón con el distintivo de la empresa de servicios funerarios de Madrid.

El lugar en el que está parado no admite dudas. Bajan un carro con arneses y, poco tiempo después, el shock inicial desaparece ante la enorme caja con la que salen a la calle. Una calle en la que se cruza con otros viandantes que ni siquiera parecen reaccionar ante lo que pasa a su lado, uno sigue vigilando a su perro que corretea cerca; otra mantiene su vista fija al frente, sujetando la bolsa de la compra y quizá repasando si hacía falta algo más para la cena; en la acera de enfrente de esta estrecha callecita las terrazas están llenas de grupos que comparten ocio y cervezas. Cada uno a lo suyo y esa caja es de nadie.

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Y yo… yo no puedo, ni quiero, evitar saltar hasta estar dentro de esa caja. Quiero conocerte, sé que te conozco. Quiero romper esa soledad en la que te veo, solo acompañada por los trabajadores que también, entre bromas y risitas, se muestran ajenos a tu drama. Quiero, ¡necesito!, confiar en que tuviste un momento de lucidez por el que estarás en Paz junto a tu hijo.

Ya en el interior de esa caja, tú, mujer anónima, cadáver entre tantos (los de las que salen por su propio pie y los de las que salen en cajas) no estás. Soy yo la que está en tu soledad y puedo percibir en la piel, calando hasta lo más profundo, el miedo atroz y la soledad que traen hasta este lugar oscuro, hasta el interior de un féretro.

Seguro que eras muchas cosas antes, quizá alegre, realista, cariñosa, egoísta, soñadora, crítica, inteligente…, pero todas las olvidaste para convertirte en solo miedo y soledad durante tus últimos días. El miedo se fue con la vida a la que temías, pero la soledad…, la soledad parece no tener fin.

Tenías una vida para vivirla cuando supiste que otra había anidado en tu interior. No estaba en tus planes ¿cómo seguir adelante? Eras muy joven y ese chico, la primera opción de sostén en la que pudiste pensar, era casi un desconocido, o se hizo desconocido cuando le contaste, o lo vivió igual de desestabilizante que tú. Los estudios y tu prometedora carrera profesional; tu largo viaje y este sencillo trabajo recién encontrado, que te permite enviar a tu familia un poco de dinero allí, lejos, a tu país al que esperas poder regresar cuando las cosas cambien, cuando ahorres un poco, cuando todo sea mejor. Ya en este primer instante, todo mudó a miedo. La estructura de tu vida se vino abajo.

Seguro que pensaste en tus padres o en tus hermanos, pero no confiaste en poder contar con ellos, o incluso quisiste no defraudarles, o no crear angustia al estar lejos. Puede que eso impida que ahora estén aquí, llorando junto a esta caja que te guarda. La soledad que se inició al no encontrar a un padre de tu hijo adquiere mayor entidad en este momento.

Miedo y soledad…

Y así, sola y con miedo, buscabas opciones. Las puertas, en las que podían ayudarte bien, son pocas y pequeñas, a lo mejor ni siquiera habías oído hablar de ellas. Seguramente si escuchaste algo, fue que se trata de gente “rara”, de personas sectarias que defienden la vida desde una ideología, o una espiritualidad, radicalizada e irracional y tú no tienes nada que ver con eso.

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Lo que necesitas es una solución que te saque YA ese miedo y te permita regresar de esa soledad, volver a tu mundo y a tu vida. Y, para lograrlo, todo te habla de una opción, hasta tus mejores amigas te dan una respuesta que parece tener todo lo que tú necesitas: el aborto, lo más fácil. En apenas unos días volverás a estar como antes. Lo que hay en tu interior aún no es, nadie habla de bebés, como nadie habla de madres y, por supuesto, nadie habla de muerte, ni de la suya, ni de la tuya.

Ambos dejasteis de ser. En la misma medida que se negó que tu bebé lo era, se negó la identidad que tú acababas de adquirir, dejaste definitivamente de ser solo mujer para ser madre y nada te ayudó a vivirlo, ni siquiera se nombró. A los dos se os despojó de toda humanidad desde que entraste en ese engranaje que supuestamente te conduciría de vuelta a lo que eras. Eso, momentáneamente, acalló al miedo haciéndote sentir en el control.

Te creíste libre de nuevo en cuanto te dijeron que esa era una solución por la que tú podías optar. Era tu cuerpo, era tu vida, tu derecho. Tú frente a la decisión, tú sola… otra vez.

La decisión tomada, la luz del día, los quehaceres cotidianos, los preparativos y la perspectiva de “pasará”, sirvieron para pasar los días y hasta algunas noches, o parte de sus largas horas. Pero ni el miedo, ni la soledad, dejaban de hablarte. Claramente nadie te acompañaba en ello ni te ofrecía alternativas de compromiso, claramente te abandonaban y parecían esperar que tomases esa decisión para volver a acogerte, claramente, en definitiva, te decían lo que debías hacer al tiempo que te dejaban claro que era TU DECISIÓN.

Supiste en cada momento que no eras solo tú. Pero ese ser pequeñito que te acompañaba tenía que salir de ti y de tu pensamiento, porque aparentemente solo existía para ti y porque en él, en el que iba contigo, estaba el origen de todo, de tu miedo y de tu soledad. Nadie te dijo que también tu esperanza y tu reserva de fortaleza para volver a la vida. A la única ya posible, la vida de una madre que cuida de su hijo. Nadie te dijo tampoco que el camino de vuelta es inexistente y que el destino final del que te ofrecen no es volver a tu vida previa, sino la vida de madre, ya siempre de madre, pero de un hijo muerto y muerto por tu decisión. Eso en la mayoría de los casos, porque en el tuyo no, en el tuyo serías madre muerta de un hijo muerto. Nadie te habló de ello, quizás en alguna letra minúscula, en alguno de los muchos formularios que rellenaste y firmaste mientras escuchabas que eso era puro protocolo, en alguna cláusula se hablaba de porcentajes de riesgos a asumir para tu salud de mujer, nunca de madre, porque esos y los del bebé eran inabarcables.

Salgo de tu caja, amiga, y te llevo conmigo. Me llevo a la mamá y al bebé y pediré para vosotros un destino final unidos y felices.

Nada ni nadie podrá arrebataros vuestra humanidad, vuestra dignidad, aunque caminen con vuestros restos maltrechos en una caja entre paseantes y terrazas de bar.